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Ley de Inducción


El electromagnetismo que hay en tus besos
es ley que cuantifica nuestro campo magnético
el de mi tiempo en tus brazos
el de tu piel en mi cuerpo
polarizados en la luz
atrapados en el amor como en un campo eléctrico.


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Las leyes físicas

EL PRINCIPIO DE HEISENBERG
Nunca podré saber dónde se encuentra
cada átomo de mi cuerpo
y qué está haciendo,
pero ninguna incertidumbre
como la duda de una sombra en el corazón.


TALÓN DE AQUILES
Un corazón caliente
late más rápido
y ya es sabido
que cuantos más latidos gastados
más pronto lo agotamos:
¿he de invernar el mío?


EL RELOJ BIOLÓGICO
La temperatura determina el sexo de las tortugas
las alarmas dictan los horarios
y mi consuelo es ver ponerse el sol.
Las riquezas del mundo las bendicen las máquinas
la luz que aminora en invierno
produce depresión y hace florecer los crisantemos.
Las glándulas endocrinas segregan días sin calma
las neuronas nunca duermen
y los latidos del corazón cuentan un número exacto.
Las funciones vitales llegan tarde al trabajo
y el reloj circadiano atrasa cuando llueve.
Tenemos buen seguro, pagamos con tarjeta.
Definitivamente, estamos en el mundo:
la verdadera vida no está ausente.

TRAGARSE LAS PALABRAS
Quién no tiene que tragarse sus palabras
tantas veces a lo largo de una vida,
comerse lo que dijo
aquello que fue dogma y catecismo
de unas ideas claras.
Digerir la miseria
con que nos somos dados a la cosas
que nos rodean y pasan.

OJOS QUE NO VEN...
Mirar uno no quiere
hacia algunas cosas,
porque mirar es entender
y eso implica conciencia.
Por eso es preferible
comer ternera
y no saber cómo
fue degollado el animal,
vestir trajes de seda
y no conocer la tragedia
de los niños que en la India
estiran las urdimbres del telar
por diez rupias diarias.
Elegimos mirarnos al espejo
y nos disculpamos
con la autoayuda.
Mirar hacia otro lado
y taparse los ojos
ante lo que no nos gusta,
ocultar todo aquello
que es desagradable,
como quien tiene miedo
de saber lo que es.

UN VIEJO BODEGÓN
Un viejo bodegón abandonado en la basura
de escasa calidad y tosca técnica,
alguien lo repudió para que sea
pasto del reciclaje y comience otro ciclo.
Y de repente siento un pellizco dentro
y me lleno de inquietud
al preguntarme dónde quedó
el esfuerzo del artista aficionado,
su obstinación por controlar la técnica
sus horas de impaciencia
el ánimo en cada pincelada.
Dónde su amor por culminar la obra.
Y la pregunta viene a mí
como un perro a su amo:
qué fue de los besos entregados
que el tiempo borra
como el viento las huellas en la arena.
Qué del empuje y la pasión
que ardió en tantos cuerpos
ahora habitados de olvido.
Cuánto pesaron todos los sueños
soñados en la Tierra.
Dónde la pena que la gente oculta
cuando camina por las calles.
Un día cuando el ala mortal roce mi pecho
y me cunda una tristeza como de lavar platos
preguntaré dónde está todo lo que ha sido
adónde queda.

NADIE ESCARMIENTA EN CABEZA AJENA
Siempre dan consejo
quienes no dan ejemplo:
nunca te cases, dice el marido;
no tengas hijos, habla la madre;
estudia mucho sugiere el hermano
mientras reparte pizzas a domicilio.
No fumes, esto no es bueno,
comenta el fumador de dedos amarillos.
No te emborraches
proclama en su resaca
el bebedor comprometido
con la botella.
No tomes drogas explica
el desintoxicado al filo del abismo.
No te enamores, se sufre tanto,
dicta el amante despechado.
Y me pregunto si a nadie satisface
sus prácticas de vida
por qué lo hacen.

PAREJAS
Paso por la ciudad inadvertido
como un fantasma pasa por la casa
que le sirvió de hogar y miro,
con la fría mirada de quien no siente nada,
las líneas paralelas de las calles
el doble sentido de las palabras,
la dualidad del mundo.
La doblez en el uso acostumbrado.
Las parejas errantes
que, en acopio de besos,
se embriagan entusiastas
de tardes y deseos,
entre las geometrías infinitas
y el murmullo del tiempo.
Y me vuelvo hacia adentro
a este apacible juego de solitario.
¿Será, al final, como decía mi madre
que no sirvo para vivir con nadie?

LA VIDA SE ME ENFRÍA
La vida se me enfría por momentos,
se me acaba el tabaco
y pierdo, sin quererlo,
otro minuto más de sueños
en la letra pequeña de un diario.
Como poco, medito, veo cine
y, como todo hijo de vecino,
en la cabeza tengo malos pensamientos:
esa pesada carga que heredamos
de las culpas cristianas
y los complejos de Freud.
La vida me traspasa, meridiana,
va de una parte a otra
y no me tiene en cuenta.
Crujen mis cervicales
con un chasquido lento
y me sacude el vértigo sentado en el sofá
mientras observo
las últimas noticias que da el telediario:
hambre, guerra, enfermedad, miseria,
en países lejanos.
La vida no me cuadra
no me salen las cuentas
y me aprieto el bolsillo.
Y entre dientes maldigo
que me hagan pagar
por tres cada peseta que un usurero banco
me cobra por la hipoteca
de mi tiempo y mi exigua libertad,
por el consumo de la existencia.
Si el alma inmortal fuera
y diera vueltas sobre la eternidad
-como el budismo cuenta-,
los bancos ya me habrían recaudado
varias reencarnaciones
y hasta el nirvana
por todas mis deudas.

MAR DE GALILEA
Andar sobre las aguas he querido,
ser un antiguo dios encumbrado en el mar,
caminar sin hundirme
sobre el breve latido de las cosas
que ocultan su desastre.
No tocar fondo nunca
cuando avanzo,
por el espejo usado de la vida,
hacia los demás.
Flotar como un fantasma
en el viento y las olas
de la tormenta humana.
Vivir como quien quiere
pasar de largo el piélago
de un mal trago,
ni siquiera advertido
apenas descubierto.
Un espectro velado
por la arena del tiempo.
Pero siempre me hundo
en el negro tarquín,
bajo la gravedad del mundo.
Y con el agua al cuello
braceo contra la corriente,
náufrago de las dudas
y la desesperanza,
mientras busco
una mano mesiánica
que me ampare
de estos días de nada.
Y me doy por perdido
como en este poema
al que niego la fe.

UNA DROGA MORTAL
Me fui poniendo ciego con la vida
porque me fue gustando,
lo confieso.
Enamorarme de sus trucos más viejos:
las tardes, los paseos,
las citas en los bares,
comer fuera de casa,
charlar con los amigos,
probar lo prohibido,
amar sin compromiso,
liarme y desliarme.
Tener sueños de gloria
y utopías de una existencia mejor,
más razonable.
Gritar contra lo injusto
y ponerme del lado
del que no es nadie.
Había un no sé qué
por cargar lo que me echaran,
comerme el mundo
en un instante
y tropezar tantas veces
en la misma piedra.
Con el paso del tiempo
me ido quitando
de muchos de esos vicios,
de todo aquello que ya es necesario
y que es casi todo.
Por la borda he tirado
manías y prejuicios,
ambiciones que no valen la pena.
A pesar de los años
no me he desenganchado
de esta droga tan dura
que es vivir con un tiempo prestado
mientras el deseo me mata.

ACTA DIURNA
(Diario de la mañana)
Me despiertan las prisas y el olor a café,
el azogue del día, su bostezo salino.
Me espabila el urgente desnudo
cuerpo bajo las sábanas,
cuando el sueño es aún sueño de lo soñado.
De su aliento me viste el ángel rubio
y el estentor del fondo callejero.
Me incorpora la vida, con un soplo de azúcar,
al perverso capricho de leer los diarios
y cruzar los semáforos en rojo.
Una fotografía de culpa invade
la lectura que, como cada día,
con paciencia reitero.
Personajes anónimos y familiares,
repetidos semblantes,
nombres, datos y fechas,
y un pequeño dislate
sobre el hambre en el mundo:
nos comemos la dieta
de quien no tiene nada.
Titulares triunfantes
sobre la Casa Blanca, el Kremlin,
el Elíseo
y un pie de foto irritante:
son los dueños del mundo.
Desayuno a diario mi ración de sucesos
mi tostada con guerra, la sal de la violencia.
Víctimas y verdugos sazonan mi conciencia,
la conciencia de quien cumple
la cadena perpetua de ir a trabajar
hasta que el cuerpo aguante.
Ese aceite que gotean los nombres
que se pierden en los rudos engranajes
del olvido y del tiempo.

LAS MUDAS DE LA PIEL
Sé que no soy el mismo del domingo pasado
ni soy el que mañana lunes irá a trabajar,
porque abandonamos las mudas de la piel
como quien se desnuda de sus prendas más íntimas
y echa a la ropa sucia aquel que fue.
Y en un montón de trapos, a punto de lavar,
vemos, con mucha pena,
un pañal de la infancia,
el uniforme inevitable de colegial,
la vestimenta rancia
con la que se nos hizo comulgar.
También con pena vemos
el vestido inocente con que estrenamos
nuestro primer amor,
la ropa del domingo
y la de fiesta el sábado.
Recordamos el día que estrenamos,
ilusionados en nuestra madurez,
el ropaje de adulto
que nos hizo tan duros
frente al mundo por conquistar,
y el traje desposorio que nos comprometió.
La camisa de obrero que sudamos,
el ropaje gris de cada día
para afrontar la vida que nos tocó vivir.
Y al final, el blanco sudario
que nos vio palidecer.

LATIDO URBANO
Mi corazón es la ciudad intangible
la muchedumbre ausente,
los altos edificios sin su sombra.
Las plazas donde juegan los niños ausentes.
Las callejas oscuras con miserables crímenes.
El pulso de mis arterias
son las calles vitales donde fluye la gente,
los quioscos de prensa
con diarios que hablan
del alto índice de infidelidades,
las paradas de taxis que recogen
viajeros hacia ninguna parte,
las colas de mendigos,
los parques clandestinos para citas de amor,
los negocios del cuerpo.
Las casas de los ricos
las salas de masaje
el miedo a no ser nadie.
Cruzan mi corazón
los metros subterráneos
de todas las paradas suburbiales.
Mi corazón es tiempo almacenado.

A CIEN KILÓMETROS POR HORA
A cien kilómetros por hora
viajo solitario.
La vida es como un traveling
que deja atrás ciudades apagadas,
anónimas, distantes,
que ve pasar a gentes
paradas bajo las marquesinas
en las que aguardan
el último autobús que las regrese
a salas familiares.

A cien kilómetros por hora
mi corazón suda y se agita
en medio de la noche,
cortando el negro espacio
igual que un bisturí
divide en dos la carne.

Las luces, a lo lejos,
discurren inquietantes en un tráiler
brutal que me devora
en rótulos gigantes,
señales luminosas
y límites irreales.
En nombres de lugares
sin rostro ni memoria.

Y en la veloz película que la cuneta pasa
la carretera es un laberinto
por el que cruzan gentes
perdidas como yo,
que pasan sin mirarme en los puentes de asfalto,
por las rotondas y por las medianas,
dejando un halo de presencia
en sus anónimas pisadas
de caucho y de aceleración.

Paradas olvidadas y carteles publicitan,
por donde paso,
mi derrota y mi angustia
por alcanzar la meta siempre antes.
Aprieto el acelerador a fondo
y me pregunto
de qué valió correr
si llevo media vida
perdida en los atascos.

Y la ciudad se mueve despacio
mientras que yo viajo solitario
a cien kilómetros por hora.